Iglesias Cristianas de Dios

[CB86]

 

 

 

Cuando Israel no tenía Rey

 

(Edición 1.0 20060613-20060613)

 

Cuando Israel no tenía rey la gente hacía lo que pensaba que era correcto a sus propios ojos. Pronto se olvidaron de su pacto con Dios y todo lo que habían prometido hacer. Este papel ha sido adaptado de los capítulos 71-74 de The Bible Story Volume III por Basil Wolverton, publicado por Ambassador College Press.

 

 

 

 

 

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Cuando Israel no tenía Rey

 


Cómo inicio la idolatría

En el período cuando sus líderes estaban dentro y fuera del poder en varias partes de Canaán, Israel nunca estuvo del todo bien con Dios. Después de la muerte de Josué, el pueblo cayo tanto en la idolatría que Dios no les dio líderes o representantes durante muchos años. Sin liderazgo o castigo, el pueblo se degenero hasta el punto en el que cada persona vivía como mejor le pareciera (Jueces 17:6), una condición que dio lugar a todo tipo de problemas. Dios les había ordenado a los israelitas que por su propio bien no hicieran lo que mejor les parecía, sino que le obedecieran (Deut. 12:8). Sin embargo, los hijos de Israel desobedecieron varias veces, pero para su pesar al final de cuentas.

 

Los ídolos de Micaia

Por ejemplo, para volver a una época antes que el primer juez apareciera en escena, hubo un hombre llamado Micaia, en la tribu de Efraín, que le había robado una considerable suma de plata a su anciana madre. Ella estaba tan molesta cuando se entero que le hacia falta dinero que pronunció una maldición sobre el ladrón, quienquiera que fuese.

 

Micaia escuchó a su madre pronunciar la maldición y tuvo miedo de que algo malo le sucediera. Así que le confesó a su madre el robo, y le devolvió los mil cien siclos de plata.

 

La madre dijo: "¡El Señor te bendiga, hijo mío! Prometo solemnemente dedicar mi plata al Señor por mi hijo para hacer una imagen tallada y un ídolo de fundición. Yo te lo daré de nuevo" (Jueces 17:1-3).

 

Su religión se había degenerado al nivel que el hombre cometió idolatría. Así que ella tomó doscientos siclos de plata y se los dio a un fundidor (un fabricante de ídolos), que los convirtió en la imagen del ídolo. Y fueron colocados en casa de Micaía. Micaia tenía un santuario e hizo un efod y algunos ídolos, y ordeno a uno de sus hijos como su sacerdote (v. 4-6). Esta fue otra cosa que no se debía hacer, ya que sólo los de la familia de Aarón iban a ser los sacerdotes de Israel (Éxodo 28:1-5; Levítico 8:35-36; Números 3:10; Deuteronomio 21:5). Nadie puede nombrarse a si mismo para el ministerio de Dios (Números 16; Números 17; Hebreos 5:4.).

 

Idolatría causada por negligencia espiritual

Lo que Micaia y su madre estaban tratando de hacer; en su celo supersticioso, fue la creación de su propio templo de culto, siguiendo un poco el modelo tras lo que había escuchado o suponían que era parecido al Tabernáculo en Silo. Cuanto más caían en la idolatría, más religiosos se sentían. Las religiones de las naciones paganas circundantes se habían mezclado tanto con las leyes de Dios en los últimos años que muy pocos israelitas podían recordar lo que Dios esperaba de ellos.

 

Era un poco como es hoy en día, con tantas denominaciones de iglesias que tratan de decidir por sí mismos la forma de adorar a Dios. La mayoría de ellos enseñan y promueven las antiguas creencias paganas tomadas de rumores y de las tradiciones, como en el caso de Micaia, mezclándolas con unos pocos principios cristianos verdaderos - algo que la Biblia declara repetidamente que está mal a los ojos de Dios (Deuteronomio 12:29-30; 2 Reyes 17:15).

 

Micaia y su madre no tenían Biblia para instruirse e hicieron poco o ningún esfuerzo para aprender las leyes de Dios sobre los Sábados y los Días Santos de reunión, como debieron haber hecho (Deuteronomio 6:1-12; 31:9-13; Hechos 15:21; Nehemías 8:1-3). De lo contrario, ellos probablemente hubieran hecho las cosas de manera muy diferente. Sin embargo, Micaia, en su manera paganizada sentía que estaba haciendo su parte para revivir el respeto hacia Dios en su parte de Israel, al igual que la gente en las iglesias falsas hoy en día. Él no era consciente de lo equivocado que estaba.

 

Un día, un joven levita de Belén que buscaba un lugar donde vivir se detuvo en la casa de Micaia en la región montañosa de Efraín.

 

Micaia le dijo: "Vive conmigo y sé mi padre y sacerdote, y yo te daré diez siclos de plata por año, ropa y comida."

 

El levita estuvo de acuerdo y pronto vino a ser como uno de los hijos de Micaia.

 

Y Micaia le dijo: "Ahora sé que el Señor será bueno conmigo, ya que este levita se ha convertido en mi sacerdote" (Jueces 17:7-13).

 

Si hubiera aprendido las leyes de Dios, Micaia se habría dado cuenta que Dios había escogido a los levitas para un propósito especial. En los días de Moisés, Dios escogió de la tribu de Leví a la familia de Aarón para ser sus sacerdotes (Éxodo 28:1, 40-43). Los otros levitas debían hacer el trabajo físico de cuidar el tabernáculo (Números 1:47-54). Todos debían ser maestros.

 

El levita debió haberse sorprendido terriblemente al encontrar tal apostasía en Israel. Pero no fue así. De hecho, andaba vagando por haber sido echado de sus oficios por sus pecados.

 

El desconocido comprendió que esta oferta era más rentable y más a su gusto que lo que había estado haciendo. Dado que la mayoría de los hijos de Israel no pagaba su diezmo a Dios, muchos levitas no tenían ingresos. Habían fracasado aparentemente en enseñarle al pueblo acerca del diezmo (Jueces 17:9-10).

 

Micaia estaba ansioso por ser considerado un hombre muy religioso, y creía que la combinación de imágenes, sacerdote y Dios sin duda le traería riqueza material. Muchas personas hoy en día ponen la misma confianza supersticiosa en estatuas, abalorios y rituales en los servicios de la iglesia, pensando que le están sirviendo a Dios.

 

En ese momento muchas de las familias de la tribu de Dan estaban desalentadas porque la mayor parte de su territorio en Canaán estaba bajo el dominio de los poderosos amorreos (Jueces 1:34-35; 18:1). La zona montañosa alrededor de Zora y Estaol, que era todo lo que habían sido capaces de conquistar, no les dio suficiente tierra. Estaban descontentos porque sus enemigos los habían encerrado en su pequeña área tan sólidamente. En el amplio valle debajo de ellos, los muchos carros amorreos habían sido capaces rechazar cada ataque de la tribu de Dan.

 

Los hijos de Dan no confiaron en Dios para luchar sus batallas como lo había prometido (Deuteronomio 7:1-2). Por temor, decidieron ir a otro lugar y tomar la tierra de algunos pueblos débiles.

 

En un esfuerzo por aprender más sobre el territorio en zonas alejadas, los líderes danitas enviaron cinco exploradores bien entrenados de sus ciudades de Zora y Estaol. Fue una expedición algo parecida a la enviada por Moisés a Canaán hacia muchos años. Fueron en busca de tierras que fueran más fáciles de conquistar.

 

En su camino llegaron a la región del monte de Efraín y por casualidad llegaron a la casa de Micaia, donde fueron invitados a pasar la noche (Jueces 18:2).

 

Un pecado conlleva a otro

Cuando oyeron la voz del joven levita a quien ya conocían, entraron y le preguntaron: "¿Quién te trajo aquí? ¿Qué estás haciendo en este lugar?" El levita les dijo cómo había entrado en ese oficio. Estos danitas y toda su tribu se habían alejado de Dios. Probablemente no se dieron cuenta de la gravedad de los pecados del levita. Cuando los descubrieron que se encontraban en un lugar donde se utilizaba la adivinación, quisieron que el sacerdote preguntara a Dios sobre si su viaje sería un éxito.

 

Este es un triste ejemplo de hasta qué punto los hijos de Israel se habían alejado de la Ley de Dios. Ellos deberían haber recordado que Dios les mandó que fueran sólo al Sumo Sacerdote para preguntar si debían o no debían ir a una batalla (Números 27:21).

 

El sacerdote les dijo que estarían a salvo en su camino, y que tenían la aprobación de Dios (Jueces18:3-6).

 

Los cinco exploradores se alegraron mucho al escuchar eso y se fueron. Entonces vinieron a Lais, donde vieron que la gente era próspera y aparentemente no tenían miedo de las redadas o ataques por parte de las naciones vecinas. Los habitantes tenían poco contacto con el mundo exterior. Ellos descuidadamente disfrutaban de su prosperidad sin mantener un adecuado sistema de defensa.

 

Cuando los exploradores vieron cuan desprotegida estaba la ciudad, estuvieron doblemente seguros de que el sacerdote de Micaia era en realidad un verdadero oráculo de Dios. Esta parte de la tierra, ellos pensaron, estaba destinada ciertamente para algunos de los.

 

Cuando volvieron a Zora y Estaol sus hermanos les preguntaron: "¿Cómo están las cosas?"

 

"Hemos visto que la tierra es muy buena. Los habitantes viven confiados y son pacíficos. Un ataque sorpresa por una fuerza bien equipada significaría una victoria rápida. Estamos seguros de que Dios quiere que tomemos la zona. Vamos a prepararnos para atacarlos de una vez" (Jueces 18:7-10).

 

Entonces seiscientos hombres de los hijos de Dan, armados como soldados partieron de Zora y Estaol. Al final del primer día acamparon en Quiriat-jearim en Judá. En el segundo día se acercaron a la casa de Micaia, cerca del monte de Efraín. Los cinco exploradores los habían guiado deliberadamente hasta allí.

 

"Estamos cerca del lugar donde vive el sacerdote que consulto a Dios y nos dijo que íbamos a tener éxito en esta empresa", los exploradores les dijeron a los líderes. "En esa casa hay un efod y terafines, una imagen tallada y un ídolo de fundición" (v. 11-14).

 

Seiscientos danitas armados para la batalla llegaron estaban a la puerta y los exploradores entraron a la casa de Micaia y saludaron al levita. Luego lo llevaron a la puerta y lo presentaron ante sus líderes. Entonces los exploradores se apoderaron de todos los objetos y prendas de vestir que consideraron sagradas. Los eran muy supersticiosos. Ellos pensaron que adoptar estos pequeños ídolos sin valor los haría tener éxito.

 

"¿Qué significa todo esto?" pregunto el levita ansiosamente (v. 15-18).

 

"¡Cállate! Vendrás con nosotros y serás nuestro sumo sacerdote. Es mejor servir a una tribu de Israel que a la casa de un solo hombre."

 

El sacerdote no necesito más motivación. Con gusto recogió sus pertenencias y se unió a los cientos de, que dieron la vuelta y se fueron (v. 19-20).

 

Poco después de que se fueron, los hombres que vivían cerca de la casa de Micaia fueron convocados y alcanzaron a los hijos de Dan.

 

Micaia les gritó para que se detuvieran. Los hijos de Dan se volvieron y dijeron a Micaia: "¿Porque razón nos estas siguiendo con muchos hombres armados?" (v. 22-23).

 

"Se han llevado a mi sacerdote y se han robado mis imágenes" Micaia gritó mientras se dirigía hacia ellos. "¿Por qué preguntan si ya saben que hemos venido para recuperarlos?"

 

El líder Danita dijo: "Si nos gritas otra vez, algunos de nuestros hombres probablemente se enojen hasta el punto de atacarte. Y después de acabar con todos ustedes, es posible que decidan regresar y acabar con todos sus hogares y familias".

 

Con esta declaración los hijos de Dan deliberadamente dieron la espalda a los hijos de Efraín, y continuaron su viaje. Micaia se dio cuenta de que con el poco número de hombres que tenia no podía hacerles frente, así que regresó a su casa sin el sacerdote y sin las imágenes en la que había puesto su confianza para un futuro lleno de riquezas (v. 24,26).

 

Entonces los hijos de Dan llegaron a Lais. Atacaron al pueblo pacífico y quemaron su ciudad. No hubo nadie que los ayudara, porque vivían muy lejos de Sidón y no tenían relaciones amistosas con las demás naciones.

 

Los danitas tribuyeron su éxito a su sacerdote y las pequeñas imágenes. Sin embargo, su éxito en la batalla no se debió a ninguno de los dos. El éxito fue producto que su ejército bien entrenado ataco una ciudad pequeña e indefensa.

 

Los danitas reconstruyeron la ciudad y la llamaron DAN, por el padre de su tribu (Josué 19:47). Una capilla fue construida por Jonatán para sus así llamados objetos sagrados. La religión de los conquistadores danitas continuó de forma permanente sobre esta base, hasta la caída de la Casa de Israel. Jonatán, y los hijos que tuvo posteriormente, siguieron como sacerdotes hasta muchos siglos después, cuando Dios envió a Asiria sobre todo Israel a causa de la idolatría (Jueces 18:27-31).

 

Uno podría pensar hoy que una religión medio pagana-medio cristiana es mejor que nada en absoluto. Dios no lo mira de esa manera. Una religión medio pagana es realmente totalmente pagana. Los israelitas prontamente olvidaron los mandamientos de Dios. Cada uno hacia lo que él pensaba que era correcto - o hacia lo que quería (Jueces 17:6) - en lugar de obedecer a Dios. Esa es la manera de los paganos y el camino del pecado y la muerte. Dios les había mandado por su propio bien que obedecieran, en lugar de hacer lo que ellos pensaban que era correcto (Deuteronomio 12:8). Dios permite que las personas sigan su propio camino, pero el pronto va a acabar con todas las religiones paganas y con todas las denominaciones de iglesias que observan costumbres paganas (Daniel 2:44-45; Apocalipsis 11:15; Zacarías 13:2; 14:9; Ezequiel 22:25-31).

 

Un levita y su concubina

En esa época cuando Israel estaba sin un líder nacional, con todos haciendo lo que querían generalmente, siempre y cuando pudieran salirse con la suya, ocurrió otro episodio que conllevo una tragedia. La miseria y la muerte cayeron sobre miles debido a que el pueblo vivía al margen de su Creador. Este evento comenzó cerca del Monte de Efraín, donde vivía otro levita, el cual tomó por concubina a una mujer de Belén de Judá. Sin embargo, la mujer comenzó a vivir con otros hombres. Más tarde se marchó para regresar a la casa de sus padres en la tierra de la tribu de Judá (Jueces 19:1-2).

 

Después de que se hubo ido por cuatro meses, su marido fue a buscarla con la esperanza de que ella estuviera dispuesta a volver a casa. Él y un sirviente montaron en asnos para ir a Belén. Ella los llevó a casa de sus padres, quienes les dieron la bienvenida cordialmente. De hecho, debido a que estaban felices de verlo y porque querían que su hija se quedara con ellos el mayor tiempo posible, mantuvieron a la pareja como invitados durante tres días.

 

El cuarto día el levita tuvo intenciones de irse a su casa, pero su suegro le pidió que se quedara un par de horas más. El tiempo paso, y entonces se hizo demasiado tarde para salir (v. 3-7).

 

El quinto día, la pareja se dispuso a salir temprano, pero una vez más los padres de la mujer los trataron tan bien con comida, bebida y conversación agradable que se retrasaron hasta bien entrada la tarde, un poco antes que se hiciera de noche.

 

"¿Por qué irse a esta hora?" el suegro del levita preguntó. "No podrán llegar muy lejos antes de que oscurezca. Sería más prudente quedarse aquí una noche más y que se fueran en la mañana. Mientras tanto, relájense y disfruten."

 

"No, tenemos que irnos esta tarde", dijo el levita, al darse cuenta de que si seguía cediendo, nunca llegaría a su casa. Así que se fueron (v. 8-10).

 

Cuando estaban cerca de Jebús y el día casi había desaparecido, el siervo dijo a su señor: "Paremos en esta ciudad de los jebuseos y pasemos la noche".

 

"No entraremos en una ciudad extranjera", dijo el levita. "Es mejor que pasemos la noche entre los de nuestro propio pueblo. Prefiero seguir y entrar en Gabaa o en Ramá, donde las personas son hijos de Israel."

 

Así se fueron, y el sol se ponía mientras se acercaban a Gabaa (v. 11-15). Como era la costumbre de ese tiempo, los viajeros se sentaban en un lugar prominente a esperar que alguien los invitara a su casa para pasar la noche. Después de algún tiempo un anciano del monte de Efraín que volvía tarde a casa después de trabajar en el campo, se acercó al pequeño grupo.

 

"Parecen extranjeros aquí," les dijo el anciano. "¿De dónde vienes y a dónde vas?"

 

El levita explicó que él y su concubina y su criado viajaban desde Belén hasta el Tabernáculo de Silo. Él mencionó que tenían suficiente comida y vino para sí mismos y alimentar a los animales, pero no tenían lugar para dormir (v. 16-19).

 

¿Alguien esta seguro?

"Ah, pero eres bienvenido en mi casa" el anciano declaró, pidiéndoles que lo siguieran. "Les daré todo lo que necesiten, sólo no pasen la noche en la plaza."

 

Más tarde, cuando todos estaban comiendo y charlando cómodamente en la casa del anciano, algunos hombres malvados de la ciudad rodearon la casa y golpearon la puerta.

 

Gritaron al dueño de la casa: "Sabemos que tienes un extranjero en tu casa. Sácalo para que podamos tener relaciones sexuales con él" (v. 16-22).

 

El propietario salió y les dijo: "No sean tan viles, este hombre es mi huésped. No hagan esta cosa vergonzosa."

 

En un intento desesperado por escapar de esta situación, el anciano fue movido a hacer una sugerencia miserable. Para salvar a su invitado masculino dijo: "Tengo una hija joven en el interior. La sacaremos a ella y a la concubina de mi huésped para que puedan hacer con ellas lo que quieran, sólo olvídense del hombre" (v. 23-24). El anciano miserable pensaba que los hombres eran más importantes y más dignos de protección que las mujeres. Él razonó que lo que estaba sugiriendo era una perversión de menores y sería menos pecaminoso.

 

Pero los hombres no quisieron escuchar. Entonces el hombre tomó a su concubina y la envió fuera con ellos y ellos la violaron y abusaron de ella toda la noche y al amanecer la dejaron ir (v. 25).

 

Los hombres que debieron haber protegido a la mujer, se escondieron tras las puertas cerradas, careciendo por completo de la compasión y el coraje que debieron haber mostrado bajo esas circunstancias. La actitud de ellos se baso en el tipo de carácter corrupto que prevaleció en el tiempo en que Israel estaba lejos de Dios.

 

Horas más tarde, justo antes del amanecer, la mujer volvió a casa y cayó delante de la puerta (v. 26).

 

Cuando el hombre se levantó por la mañana y abrió la puerta para salir, se sorprendió al encontrar a su concubina.

 

"Levántate, mujer", bufo. "Quiero ir a casa de inmediato." Pero no hubo respuesta por lo que la puso sobre su asno y partió hacia su casa (v. 27-28).

 

Cuando llegó a su casa, tomó un cuchillo y corto a su concubina, miembro por miembro, en doce partes y las envió a todas las áreas de Israel. Todo el que las vio dijo: "Tal cosa nunca se ha visto o hecho en Israel."

 

A pesar de que la mayor parte de Israel estaba en un estado de anarquía y de idolatría en ese momento, la gente estaba sorprendida y enojada al enterarse de la terrible conducta de los hijos de Benjamín (v. 29-30).

 

Los israelitas luchan con los hijos de Benjamín

Entonces todos los israelitas, desde Dan hasta Beerseba, y de la tierra de Galaad, salieron como un solo hombre y se congregaron delante del Señor en Mizpa. Los líderes de todo el pueblo de las tribus de Israel ocuparon sus puestos en la asamblea del pueblo de Dios. Los hijos de Benjamín oyeron que los israelitas habían subido a Mizpa. Los israelitas les preguntaron cómo pudo suceder esta cosa tan horrible.

 

Así, el marido de la mujer asesinada, dijo: "Es cierto que yo realice este horrible acto de cortarla en pedazos, pero ella había muerto muchas horas antes de hacerlo", informó el levita a sus oyentes. "Llegue hasta este extremo para tratar de despertar a Israel al hecho de que hay hombres tan malos en la ciudad de Gabaa. Confío en que los he movido a hacer algo con respecto a este asunto vergonzoso" (Jueces 20:1-7).

 

Los líderes de las once tribus no tardaron en aceptar que el asunto sería investigado tan pronto como fuera posible. Llegaron a afirmar que ninguno de ellos volvería a casa hasta que se aclarara todo. Se decidió que una décima parte de todos los hombres capaces de cada tribu se entregarían al servicio de abastecer al ejército con comida y agua en caso de que la fuerza fuera necesaria contra la tribu de Benjamín (v. 8-11). Mientras tanto, varios hombres fueron enviados a todo el territorio de Benjamín para hacer una investigación minuciosa y para exigir la pena de muerte para los asesinos.

 

Cuando los investigadores llegaron a los líderes de la tribu de Benjamín para preguntar sobre el asunto de este terrible crimen, fueron recibidos con frialdad. Todos los hijos de Benjamín se negaron a castigar a los asesinos. En su lugar, tercamente los defendieron.

 

De inmediato todos los soldados de Benjamín se reunieron en Gabaa, haciendo un total de veintiséis mil hombres, además de los setecientos hombres de Gabaa. Esta era sólo una pequeña fracción del tamaño del ejército de las otras tribus de Israel, pero los soldados de Benjamín estaban bien entrenados. Además, estaban enojados a causa de la acusación que se había hecho en su contra, y tenían más deseo para la batalla. Se sentían seguros también porque 700 de sus soldados eran zurdos y muy hábiles con las hondas. Algunos de ellos podían lanzar una piedra para golpear a un hombre que estuvieran como a seiscientos pies (v. 12-17).

 

El ejército de las otras once tribus estaba casi listo para marchar hacia Gabaa. Pero había una cosa más que necesitaba hacerse. Dios debía ser consultado en el asunto. Así que los israelitas fueron a la ciudad de Silo, donde estaba el Tabernáculo, para pedirle a Finees el sacerdote que consultara a Dios sobre si los soldados debían dirigir el ataque contra la tribu de Benjamín.

 

El Señor respondió: "Judá será el primero" (Jueces 20:18).

 

A la mañana siguiente las tropas de las once tribus de Israel salieron a combatir contra los hijos de Benjamín, y tomaron posesión de sus puestos de batalla contra ellos junto a Gabaa. Pero los de Benjamín salieron y mataron veintidós mil israelitas (v. 19-21).

 

Los israelitas entonces subieron y lloraron delante de Jehová hasta la tarde y dijeron: "¿Iremos de nuevo a la batalla contra Benjamín?"

 

El Señor respondió: "Vayan contra ellos."

 

Al día siguiente, las tropas israelitas avanzaron hacia esa ciudad al igual que habían hecho en el primer ataque. Esta vez, cuando los hijos de Benjamín salieron mataron otros dieciocho mil israelitas (v. 22-25).

 

La pérdida de un total de cuarenta mil soldados fue un precio increíble a pagar por tratar de vengar a una persona y castigar a los hijos de Benjamín. Los líderes de las once tribus estaban tan sorprendidos que todos ellos fueron a Silo, junto con muchos otros israelitas, para humildemente hacer ofrendas y orar y ayunar en el Tabernáculo para pedir la ayuda de Dios. Lágrimas de dolor y arrepentimiento fluían de los ojos de muchos, porque el pueblo se dio cuenta de que sus pérdidas se habían producido por causa de su salida de las Leyes de Dios.

 

Después de hacer sus ofrendas, volvieron a preguntar a Dios si debían ir a la batalla una vez más contra sus hermanos israelitas.

 

El Señor dijo: "Vayan, porque mañana entregaré a los hijos de Benjamín en sus manos" (v. 26-28).

 

Los israelitas tendieron una emboscada alrededor de Gabaa, y al tercer día subieron contra los hijos de Benjamín como lo habían hecho antes. Los hijos de Benjamín salieron apresuradamente a su encuentro y se alejaron de la ciudad. Alrededor de treinta israelitas fueron golpeados y asesinados. Mientras que los hijos de Benjamín pensaron que estaban derrotando a los israelitas como lo habían hecho antes, los israelitas estaban planeando su próximo ataque (v. 29-32).

 

Ahora era el turno de la tribu de Benjamín de entrar en pánico.

 

El ejército de las once tribus de Israel se había dividido en tres partes. Después de prenderle fuego a la ciudad de Gabaa, se las arreglaron para reprimir a las personas que habían escapado de la ciudad -además de toda la fuerza de lucha de Benjamín (Jueces 20:29-41).

 

En la furiosa batalla que siguió, unos dieciocho mil soldados de la tribu de Benjamín murieron. Con tantos soldados que participan en la acción, unos pocos miles de hombres de Benjamín lograron escapar. La mayoría de ellos salieron a los caminos que conducían al noreste, con la esperanza de llegar a un refugio en la montaña.

 

Una parte del enorme ejército de Israel salió en busca de los cansados hijos de Benjamín, fácilmente los derrotaron. Alrededor de cinco mil de los hombres que huían fueron asesinados en su lucha por la libertad. Otros dos mil o más fueron alcanzados y asesinados en otra batalla más adelante.

 

Cerca de seiscientos hombres lograron llegar a un lugar en las montañas llamada Peña de Rimón. Esta era en un área tan áspera, que los perseguidores abandonaron la persecución (v. 42-47).

 

Muy pocos de la tribu de Benjamín habían muerto en las dos primeras batallas. Sin embargo, casi todo su ejército, que todavía contaba con alrededor de veintiséis mil hombres, llegó a su fin en un día. Pero la acción en contra de la tribu rebelde no terminó ahí. Después de una noche de descanso, las tropas de Israel se movieron en todo el territorio de Benjamín, para quemar todas las ciudades y matar a todas las personas (v. 48).

 

Fue tan completa la destrucción que los únicos hombres que quedaron vivos fueron los que habían escapado a la Peña de Rimón. Esta casi total destrucción de una de las tribus fue una cosa terrible, pero Dios lo permitió, así como las muertes de al menos otros cuarenta mil soldados israelitas, a causa de la desobediencia de tantas personas en todas las tribus. Dios estaba dejando que Israel aprendiera de esta amarga experiencia que vivir la vida de una forma despreocupada sólo conduciría a la aflicción. Si los israelitas hubieran seguido obedeciendo las leyes de su Creador, que constantemente les advirtió que no cayeran fuera de esas leyes, su desgraciada guerra civil nunca hubiera ocurrido.

 

No mucho tiempo después de estos acontecimientos, las personas de las once tribus comenzaron a lamentar la forma tan dura en la que habían tratado a la tribu de Benjamín. Fueron a Betel, donde se sentaron a llorar delante de Dios, preguntando por qué le sucedió esto a Israel y expresando su esperanza en que la tribu de Benjamín no hubiera sido eliminada totalmente. Este era de hecho un cambio de actitud. Para demostrar que se arrepintieron de sus acciones extremas, hicieron holocaustos y ofrendas de paz (Jueces 21:2-4).

 

Cuando se habían reunido en Mizpa antes de las batallas para decidir qué debían hacer, habían jurado que nunca permitirían que ninguna de sus hijas se casara con uno de la tribu de Benjamín (Jueces 21:1). Esto parecía hacer imposible que la tribu sobreviviera como israelitas puros. ¿Qué podían hacer ahora con los seiscientos soldados de Benjamín que no tenían esposas? Y si no podían casarse con israelitas, se podían casar en tribus cananeas.

 

Los líderes buscaron cuidadosamente una manera de salir de esta circunstancia desalentadora. En su consejo de guerra en Mizpa, habían decretado que si alguna parte de las once tribus no ayudaba en la guerra contra Benjamín, las personas serían castigadas por la espada (Jueces 21:5-7).

 

Por lo tanto, se realizo una investigación. Se reveló que los moradores de Jabes de Galaad, no se habían unido al conflicto civil.

 

Esposas obtenidas por violencia

Esto parecía presentar una respuesta a su problema. Doce mil soldados fueron escogidos para marchar sobre Jabes de Galaad y castigar a los habitantes matando a todos excepto a las mujeres solteras.

 

Después de la nueva masacre sin sentido - que no se habría producido si la gente hubiera permanecido cerca de Dios - se encontraron cuatrocientas mujeres jóvenes solteras y las llevaron al campamento en Silo, en Canaán (v. 8-12).

 

Luego enviaron una ofrenda de paz a los hijos de Benjamín en la peña de Rimón. Así que los hijos de Benjamín regresaron y recibieron a las mujeres de Jabes de Galaad, que se habían salvado. Pero no eran suficientes para todos los hombres.

 

Los doscientos hijos de Benjamín que no recibieron esposa se quejaron tan amargamente que los líderes de Israel se vieron obligados a conseguir otras doscientas vírgenes (v. 13-15).

 

Esta no era una tarea sencilla, aunque por fin a alguien se le ocurrió otro plan. En esa época del año había una fiesta religiosa a punto de ser celebrada cerca de Silo. Una parte de su vida social incluía un baile en un campo cercano, que realizaba un numeroso grupo de mujeres jóvenes.

 

Así que instruyeron a los doscientos hijos de Benjamín que no tenían esposa a que se quedaran en Silo, hasta justo antes de que el baile se llevara a cabo y se escondieran en los viñedos colindantes. Cuando las jóvenes salieran a bailar, los hombres podían salir rápidamente, y cada uno apoderarse de una esposa para sí mismo y luego ir a la tierra de Benjamín (v. 16-21).

 

Cuando los varios cientos de jóvenes llegaron al campo para bailar, los hombres ocultos tuvieron suficiente oportunidad de observar y elegir. Cada hombre atrapo a una joven y se la llevó para que fuera su esposa. Luego volvieron a su heredad, reedificaron las ciudades y se establecieron en ellas.

 

Así, la guerra contra Benjamín había terminado, y la tribu se salvó de la extinción.

 

En todo este episodio, que ocurrió poco después de la muerte de Josué, la sabiduría y el buen juicio fueron más bien raros. Todo el mundo hacia lo que pensaba que era mejor, en lugar de obedecer a Dios (Jueces 21:25; Deuteronomio 12:8). Este fue un excelente ejemplo de cómo la muerte y el sufrimiento llega a las personas cuando se apartan de Dios y caen en la idolatría (Jueces 21:22-24).

 

Ahora hemos llegado al final del libro de los Jueces. La historia de Ruth es examinada en el papel Noemí y Ruth (No. CB18). El siguiente papel en la serie de historias de bíblicas es Samuel (No. CB87).

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