Iglesias Cristianas de Dios
[CB40]
Moisés y los Israelitas
Moviéndose hacia el Sinaí
(Edición 2.0 20040701-20061122
En
el tercer mes después que los Israelitas salieron de Egipto vinieron al
desierto del Sinaí. Este papel ha sido adaptado de los capítulos 24-27 de The Bible Story Volume I por Basil Wolverton, publicado por Ambassador College
Press, y
Pentecostés en el Sinaí (No. 115) publicado por CCG.
Christian
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Christian Churches of God, ed. Wade Cox)
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Moisés
y los Israelitas Moviéndose hacia el Sinaí
Continuaremos
aquí del papel Moisés y el éxodo (No.CB16). En ese papel vimos cómo
el ángel de la Presencia, en la nube, saco a los Israelitas de forma segura de
Egipto y a través del Mar Rojo bajo el liderazgo de Moisés. Los egipcios que
los siguieron perecieron en las aguas del Mar Rojo. El viaje de Egipto era un
plan para llevar a los Israelitas al Sinaí a recibir las Leyes de Dios. Fue a través
de este Ángel que Dios escogió revelar Sus Leyes. Podemos ver en Jueces 2:1-4,
el ángel de Yahovah habla del pacto que él medió entre Dios y los hijos de
Israel.
Éste
fue el mismo ángel en la zarza que le habló a Moisés (Hechos 7:30,35). Este Ángel
de Yahovah, o Mensajero de Dios, era el Ser que mas adelante se convertiría en
Jesucristo, el Mesías. Él actuó por orden de Dios a través del Espíritu Santo.
Él fue conocido como el Mensajero de Dios.
No es correcto decir que Dios le hablo a Moisés en el Sinaí. Moisés no
vio a Dios el Padre en el Sinaí, o en ningún momento durante el Éxodo; o nunca.
Él le habló a Su mensajero el ángel de Yahovah que era la Presencia de Dios y
que llevaba el nombre de Dios y que hablaba por Dios (Hechos 7:38,53; Gal.
3:19). En Éxodo 23:20-21 Dios dijo, a través del ángel, que él enviaría a Su Ángel
a proteger a Israel durante el Éxodo.
Moisés
congrega a las personas
Habiendo
venido con seguridad a través del Mar Rojo, y antes de ir más allá, Moisés
juntó a los Israelitas para darle gracias a Dios por sacarlos de Egipto. La
muchedumbre luego canto un himno especial de gratitud y alabanza (Ex. 15:1-19).
Luego Miriam, la hermana de Moisés y Aarón, tomo una pandereta en su mano y
todas las mujeres la siguieron con panderetas y bailando (vv. 20-21).
Moviéndose
hacia el Desierto
El
agua era abundante donde el pueblo se había reunido primero. Lavaron bien a sus
animales y llenaron todos los envases vacíos porque fueron dirigidos hacia el
Desierto de Shur, localizado al este de Egipto (vea Gn. 25:18). En la primera
noche en la zona este del Mar Rojo el pueblo acampo en la inconfortable arena
caliente y roca donde no había rastro de agua.
Al
día siguiente el abastecimiento de agua disminuyo rápidamente durante la marcha
a través de territorio aun más árido. Cuándo acamparon la segunda noche, parecía
que pasar un tercer día sin encontrar agua colocaría al pueblo en riesgo de
contraer enfermedades y perder muchos animales.
La
siguiente tarde fue aún más miserable que la anterior. En el momento cuando
muchos estaban demasiado sedientos y sin aliento para forzarse ellos mismos o a
sus animales a seguir, una arboleda de palmeras fue divisada a lo lejos.
Resultó ser un viejo oasis llamado Marah, que significa amargo.
Cuando el pueblo se acerco más, reboso de alegría al ver una laguna en medio de
los árboles. Algunos de ellos se precipitaron sobre la laguna y salvajemente
introdujeron agua en sus bocas.
Pero
pronto dejaron de beber, ya que el agua era demasiado amarga para mantener en
la boca. La muchedumbre alrededor del pozo creció. Cada uno tuvo que probar el
agua por su cuenta y escupirla. Esta decepción trajo quejas fuertes, y el
pueblo culpo a Moisés (Ex. 15:22-24). Entonces Moisés le suplicó Dios que
interviniera en el asunto.
El
agua se hace dulce
Moisés
clamo a Dios, y le fue mostrado un árbol. Él lo tiró al agua y el agua se
volvió dulce (v. 25).
Pronto aquellos que
probaron el agua -podía verse- que la disfrutaban. A pesar de la gran demanda
de agua por horas, el manantial bajo la laguna continúo el suministro. Este
milagro adicional fortaleció la fe de Moisés en Dios. Uno supondría que habría
hecho lo mismo para todos los Israelitas, pero hubo algunos que sentían que los
asuntos no iban demasiado suaves para ellos.
“Dile
al pueblo que mientras me obedezcan seré su sanador y los guardare en buena salud”
el Ángel instruyo a Moisés (v. 26). Desde entonces sólo una pequeña parte de
las personas del mundo han guardado las Leyes de Dios, aunque millones dicen
ser cristianos. Un número relativamente pequeño de personas obedientes han
disfrutado la protección y sanación que Dios prometió a Sus seguidores. En el
Milenio, cuando todos los vivos guardaran las Leyes de Dios, la buena salud y
la prosperidad se extenderán por la Tierra. Dios siempre mantiene Sus promesas.
Hacia
el Sinaí
Refrescados
con agua y descansados, los Israelitas y sus animales continuaron hacia el sur.
En Elim, a veinte millas de Mara, encontraron doce manantiales y setenta
palmeras, y acamparon allí cerca del agua (v. 27).
Los
doce manantiales debían simbolizar que cada una de las doce tribus tomaría de
un manantial. Estos manantiales eran los doce jueces de Israel. Las setenta
palmeras simbolizan los setenta ancianos de Israel (Ex. 24:1,9).
Algunas
millas al sur de Elim fueron guiados de ir más adentro en el desierto. En esta
etapa del viaje muchos del pueblo comenzaron a quejarse de nuevo. Moisés y
Aarón fueron culpados por la falta de alimentos. Más que unos cuantos afirmaron
que seria mejor estar muerto allá en Egipto (Ex. 16:3). Como antes, Moisés tuvo
que buscar a Dios por un milagro que calmara a los murmuradores.
Maná
y Codornices
“He
oído las quejas del pueblo,” el Señor le dijo a Moisés. “Recuérdales que soy
consciente de sus necesidades. Les daré pan en la mañana y carne por la tarde.
El pan lo deben recoger ellos mismos todos los días excepto en mi santo sábado.
Para tener pan ese día, deben reunir dos veces más el sexto día” (Ex. 16:4-5).
Moisés
recibió instrucciones de ayudar a mantener bajo control al pueblo. Esta
información fue pasada a Aarón, quien le recordó a los Israelitas cuan
compasivo, generoso y paciente había sido Dios con ellos incluso después de su
impaciencia y sus quejas.
Cuando
Aarón habló, los ojos fueron atraídos a la nube, que se había detenido. Durante
el mes había estado encima y delante de la columna, y se había hecho tan común
para el pueblo como el sol. Vieron hacia el desierto, y allí estaba la gloria
(o presencia) del Señor apareciendo en la nube.
El
Señor dijo a Moisés, “He oído las quejas de los Israelitas. Diles, 'Al
atardecer comerán carne, y por la mañana se saciaran de pan. Y sabrán que soy
el Señor su Dios'” (v. 11).
Esa
tarde los Israelitas estaban sorprendidos de ver el cielo oscurecido por una
extensa multitud de aves. Repentinamente las aves descendieron volando
rápidamente entre el pueblo. Porque las aves estaban cansadas del qué
obviamente había sido un largo vuelo, fueron muy fáciles de atrapar. En minutos
incontables miles de estas codornices regordetas, excelentes para comer,
estaban siendo preparadas para la cena.
Al
día siguiente hubo otro milagro. Durante la noche el rocío había caído sobre
las plantas alrededor del campo. En lugar de estar cubiertas de humedad la
mañana siguiente, las plantas estaban cubiertas con pequeñas partículas
blancas, escamosas. Esto desconcertaba hasta que Moisés hizo el anuncio
sorprendente que era el pan que Dios había prometido.
“Temprano
en la mañana tres cuartos de este alimento deberá ser recogido por cada
persona,” Moisés dijo. “Si no es recogido temprano, se derretirá en las plantas
bajo el sol caliente. Y no traten de conservarlo para el día siguiente, o se
descompondrá.”
El pueblo se junto
alrededor de sus campos para recoger fácilmente la comida, que más tarde
llamaron maná. Para su placer, encontraron que sabía como pan tierno y
miel. Los que fueron tarde a recoger encontraron poco ya que la mayoría se
había derretido. A pesar que Moisés les advirtió acerca de conservarlo para el
siguiente día, algunos lo hicieron, sólo para encontrar que se puso hediondo y
se lleno de gusanos (v. 20).
El
sábado ordenado
Un
día, no mucho después que el maná apareció por primera vez, Moisés le dijo al
pueblo que recogieran el doble la mañana siguiente. Dos días más tarde nada de
maná apareció. Ese día era el sábado semanal. Además, el maná extra recogido para
el séptimo día milagrosamente permaneció tan fresco y puro como cuando lo recogían.
(vv. 24-26).
Observar
el día sábado correctamente era importante para Dios y el hombre. Sin embargo,
algunos gastaban muchas horas de la mañana del sábado buscando maná que no
estaba allí. Esto era tan desagradable para Dios que dio instrucciones a Moisés
de decirle al pueblo que permaneciera cerca de sus tiendas en el sábado y se
refrenaran de trabajar. Después de eso, por un tiempo, había más obediencia
sobre este punto.
La
nube continúo guiándolos al sudeste y a una cadena de montañas. Una intensa,
marcha renovada afrontó al pueblo justamente al tiempo cuando su abastecimiento
de agua estaba peligrosamente bajo. La siguiente vez que los Israelitas
acamparon, una ruidosa multitud rodeó la tienda de Moisés para acusarlo de
llevarlos a propósito al desierto para encontrar la muerte (Ex. 17:1-3).
Agua
de la roca
Otra
vez Moisés rogo Dios para calmar a los demandantes, quienes causaban que otros
se preocuparan. Moisés recibió instrucciones de tomar a algunos de los ancianos
e ir hacia una gran roca, que el debía de golpear con la vara que había usado
en Egipto. Cuando Moisés golpeó la roca salieron corrientes de agua clara, que
corrieron hacia el campamento Israelita (vv. 5-6).
Ver
el agua fluyendo delante de sus tiendas y hacia la parte posterior de la
columna trajo alegría a las personas emocionadas. Al principio no podían tomar
de la corriente porque tenia suciedad de la tierra, pero con cada minuto que
pasaba el flujo se hacia más claro y bebible. Cuándo el pueblo supo de los
ancianos que habían acompañado Moisés, que el agua salía a borbotones de una
gran roca de granito donde previamente no había señal ella, se maravillaron del
milagro. Los que habían amenazado a Moisés lamentaron haberlo hecho. No habrían
actuado tan infantilmente si hubieran confiado en Dios (v. 7).
A
causa del maravilloso suministro de agua, los Israelitas esperaban permanecer
algunos días en ese lugar, que estaba próximo donde Moisés había pastoreado
rebaños algunos años antes. Los días pasaron. La nube permaneció inmóvil, que
era señal de permanecer ahí.
Un
enemigo llega
Sin
embargo, los Israelitas se habrían preocupado grandemente y podrían haber
querido seguir marchando si hubieran sabido que, desde algunas colinas al pie
de una montaña cercana, muchos pares de ojos los observaban de vez en cuando
para determinar su número y sus posesiones.
El
ataque contra los Israelitas vino en la noche. Moisés no estaba muy
sorprendido. Él era consciente que en esa región había bandas del desierto que
usaban la oscuridad y la sorpresa para caer sobre sus víctimas. Él también sabía
que estos hombres eran Amalecitas, descendientes de Esaú, hermano gemelo de su
antepasado Jacob. Por lo tanto sus atacantes eran sus primos lejanos.
Josué
viene a escena
Después
que los Amalecitas los atacaron y escaparon, uno de los oficiales de Moisés, un
joven llamado Josué, recibió la responsabilidad de reunir un ejército de
defensa de entre los Israelitas. Se esperaba que los Amalecitas atacaran con
mayor fuerza al día siguiente. Josué tuvo poco tiempo para congregar a los
hombres (v. 9).
La primera batalla de
los Israelitas con un enemigo era inusual. Las hordas de espadachines feroces y
astutos del desierto cargaron contra los miles de inexpertos hombres Israelitas
que estaban armados principalmente con cuchillos comunes, palos y armas tomadas
de los egipcios ahogados. Moisés subió a un collado donde podía ver la batalla.
Con él estaban Aarón y su cuñado, Hur. Parecía que los Israelitas iban a ser
derrotados. Moisés clamo en busca de la ayuda de Dios, sosteniendo la vara por
encima de él como había hecho para mostrar el poder divino al momento de las
plagas.
En
los primeros minutos de batalla, era difícil determinar que lado tenía la
ventaja. Luego comenzó a ser obvio que los Amalecitas caían en retirada. Cuando
Moisés estaba seguro de ello, bajó sus brazos, porque se le estaban cansando.
Casi inmediatamente la situación cambio. Con energía renovada los Amalecitas
vinieron desde atrás, causando que los Israelitas se fueran de retirada.
Comprendiendo
que su actitud relajada afectaba la batalla Moisés otra vez sostuvo en alto la
vara. El resultado sorprendente fue que la marea de la batalla se balanceo a
favor de sus hombres. Sin embargo, él tenía los brazos muy cansados como para
mantener esa posición. Otra vez bajó la vara y otra vez los Amalecitas hicieron
retroceder a los Israelitas.
Los
Amalecitas derrotados
A
partir de ese momento los Amalecitas ponían tanta furia en su batalla que los
Israelitas perdían más terreno del que habían avanzado (v. 11). “Puedo ver lo
que pasa.” Moisés murmuro “pero estoy muy cansado para levantarme y sostener la
vara por mas tiempo”
Aarón
y Hur rápidamente colocaron una roca detrás de Moisés, que se sentó en ella.
Cada uno de ellos tomo un brazo de Moisés y lo sostuvieron hacia arriba. Así,
con su ayuda Moisés continuo su suplica mientras todavía sostenía la vara en
una posición vertical. Los tres hombres continuaron así hasta la puesta del sol
(v. 12).
Para
ese momento las cosas habían vuelto a cambiar grandemente a favor de los
Israelitas. El enemigo fue completamente derrotado con pocas pérdidas o
lesiones para el ejército reunido rápidamente. Dios le recordó a Moisés que
registrara los acontecimientos del día en el libro que escribía sobre los
Israelitas, y también dio instrucciones a Josué de escribir los sucesos. Moisés
después construyó un altar para honrar a Dios por Su protección.
Jetró
Visita A Moisés
Ahora
Jetró, el sacerdote de Madian, y suegro de Moisés, supo todo lo que Dios había
hecho por el pueblo de Israel. Moisés había enviado previamente a su esposa
Sefora y sus dos hijos con su padre. Así es que Jetró vino, junto con la esposa
de Moisés y sus dos hijos para encontrarlos en el desierto.
Por supuesto Moisés estaba feliz de verlos a todos ellos y él le dijo a Jetró
todo lo que el Señor había hecho al Faraón y a los egipcios para el bien de
Israel. Jetró alabó a Dios y ofreció sacrificios por la seguridad de Moisés y
los Israelitas.
Jetró
también dio instrucciones a Moisés y consejo acerca de como delegarles los
deberes a otros hombres capaces, en vez de tomar toda la responsabilidad por
las personas para sí mismo. Así es que Moisés escuchó este consejo e hizo todo
lo que Jetró le dijo. Él escogió hombres capaces de todo Israel y los hizo
líderes del pueblo, oficiales sobre mil, cien, cincuenta y diez. Sirvieron como
jueces para las personas en todo momento. Los casos difíciles los traían a
Moisés, pero los sencillos los resolvían ellos mismos. Luego Jetró regresó a su
país (Ex. 18:1-27).
En
el Monte Sinaí
Después
de estar por varias semanas en el mismo sitio, la nube comenzó a moverse una
mañana. Los Israelitas empacaron todo, juntaron sus animales y estaban listos
para moverse cuando la nube flotó hacia el sudeste. Las montañas eran aun más
altas en esa dirección. Hubieron algunos que se quejaron por tener que ir por
esa tan área escabrosa. Para Moisés era como regresar a casa porque él había
pasado muchos años tranquilos en esa región cuidando rebaños de ovejas.
Después
de dos o tres días de viaje, la nube vino directamente sobre el pico más alto.
Ese era el rocoso Monte Sinaí, una montaña de más de siete mil pies de altura.
Aun los quejosos
tuvieron que admitir que las numerosas fuentes de agua, las áreas niveladas
para acampar y cercanos parches de hierba para pastar dejaban a muy pocos estar
descontentos. Moisés aconsejó a las personas que sería sabio establecer sus
campamentos para una larga permanencia, puesto que él tenia un fuerte
sentimiento que estarían en este lugar en particular por más que solamente dos
o tres noches de descanso (Ex. 19:1-2).
No
mucho después que los Israelitas fueron colocados en su nueva posición, Moisés recibió
una petición divina de subir al Monte Sinaí el solo, para recibir instrucciones
directamente del Señor, el ángel de Yahovah actuando como portavoz para Dios.
No era una caminata fácil subir la montaña, pero Moisés era activo para sus
ochenta años. Dios no le habría pedido a él que hiciera algo imposible. Él
tenia que subir la montaña sólo, lo suficientemente largo como para ser
removido del pueblo.
Repentinamente
una clara pero retumbante voz vino de alguna parte arriba del Monte Sinaí:
“Moisés, le darás un mensaje a los Israelitas. Recuérdales que los he liberado
de los egipcios y los he traído de forma segura aquí. Si me obedecen
completamente y guardan mi convenio, se convertirán en un pueblo especial que
apreciaré sobre todas las otras naciones. Se convertirán en un reino de
sacerdotes y una nación santa (” vv. 3-6).
Moisés
permaneció postrado por un tiempo donde él había caído cuando escucho la voz.
Cuando consideró que nada más iba a ser dicho, se puso de pie y volvió
rápidamente abajo de la montaña. Inmediatamente llamó a los ancianos y repitió
todas las palabras que el Señor le había ordenado decir al pueblo (v. 7).
El
pueblo emocionado solemnemente acordó obedecer lo que sea que el Señor les
pidiera. Más tarde, Moisés regresó arriba para reportar lo qué había tenido
lugar (v. 8). Por supuesto que el Señor ya sabía eso, pero él tenía más
instrucciones para el pueblo que él quería transportar a través de Moisés. Él
dijo, “Voy a venir a ti en una nube densa para que el pueblo me escuche
hablando contigo y siempre depositarán su confianza en ti.” Moisés recibió
instrucciones de consagrar al pueblo por dos días y hacerlo lavar sus ropas,
así todos estarían listos para el tercer día cuando el Señor viniera sobre el
Monte Sinaí a vista de toda la gente.
Las
barricadas tuvieron que ser establecidas para impedir que las personas o sus
animales subieran demasiado en la montaña. De otra manera estarían sujetos a
muerte por venir demasiado cerca de la santa Presencia
en tierra sagrada.
En
la mañana del tercer día hubo truenos y relámpagos, con una espesa nube sobre
la montaña, y un sonido de trompeta fortísimo. Todo el mundo en el campamento
tembló. El monte Sinaí estaba cubierto de humo porque el Señor cayó sobre él en
fuego. La montaña entera tembló violentamente, y el sonido de la trompeta se
puso más y más fuerte. Luego Moisés habló y la voz del Señor, el ángel del
pacto, le contestó (vv. 16-19).
¡“Ven
arriba de la montaña, Moisés!” La voz dijo. “¡Ven solo! No permitas que alguien
te siga.”
Ver
a su líder caminar hasta desaparecer en el Monte Sinaí humeante tuvo un efecto
extraño en muchos del pueblo. Su curiosidad era tan fuerte que querían seguir a
Moisés. Antes de que él pudiese ir más lejos arriba de la montaña, Dios le
ordenó volver.
Moisés Baja Rápidamente
“El
pueblo están tratando de seguirte,” el ángel le informó. “Regresa de inmediato
y adviérteles en contra de entrar por la fuerza en tierra sagrada. Si se
aproximan mucho, morirán. Puedes traer a Aarón cuando regreses, pero a nadie
más.” Así es que Moisés bajó al campamento y les dijo (Ex. 19:24-25).
En
su camino abajo, Moisés advirtió fuertemente a aquellos que se aproximaron a
las barricadas que se devolvieran. “No importa que nos reprendas,” dijeron
algunos, “pero que no nos reprenda Dios. Porque moriremos” (Ex. 20:19).
El
pueblo habiendo sido advertido, había más sonidos y vistas aterradoras,
seguidas por el silencio dramático otra vez. Luego del silencio rompió el más
impresionante de los sonidos.
Los Diez Mandamientos
Y el Señor habló todas
estas palabras de los Diez Mandamientos. El pronunciamiento real fue hecho por
el ángel del pacto, el ser que se convirtió en la persona de Jesús, el Mesías.
Para una explicación de los Diez Mandamientos vea el papel Los Diez Mandamientos
(No.CB17)
La
trompeta sonó otra vez, señalando la conclusión de la pronunciación de los Diez
Mandamientos. Éstas fueron y son las leyes centrales vitales a través de las
cuales un Dios infinitamente sabio y amoroso revela a la humanidad la manera de
encontrar la felicidad, buena salud, protección y prosperidad. Estos Diez
Mandamientos son parte de los dos grandes mandamientos en los que penden todas
las Leyes y los profetas de Dios.
En vigor desde el principio
La
Ley de Dios representada por los Diez Mandamientos había estado vigente mucho
antes de este tiempo. Adán y Eva sabían de ellos, y lamentaron amargamente la
ruptura de varios. Hombres de tiempos antiguos (incluyendo a Abraham) eran
conscientes de ellas y obedecieron las Leyes de Dios. (Gn. 26:5). Con los
siglos las formas paganas se habían mezclado tanto con la Leyes que Dios
escogió esta vez en el Monte Sinaí exponer claramente a su pueblo sus reglas
para vivir de una manera clara.
Fueron
pensadas para todos los seres humanos. La obediencia a ellos da como resultado
lo mejor de todo. Si todas las personas guardaran los mandamientos, no habría
guerra, pobreza, enfermedad, sufrimiento, cárceles, o infelicidad.
A
través del tiempo la mayoría de la gente ha escogido no seguir las Leyes de
Dios. Tontamente han creído que los caminos del hombre son más fáciles y
mejores. Sin embargo, el hombre no es capaz de exitosamente conducir una vida
larga y feliz sin obedecer las leyes espirituales y físicas de Dios.
Millones
de personas nunca han oído mucho de Dios, la mayoría porque sus antepasados
eligieron ignorar a su Creador. El resultado ha sido seis mil años de
sufrimiento, pobreza e infelicidad para un gran número de personas. Hoy las
oportunidades de conocer acerca de Dios son mayores en algunas naciones que lo
que fueron en el pasado, aunque las creencias paganas están cada vez mas
mezcladas con el llamado cristianismo. Una de las más dañinas, enseñada incluso
por respetados lideres de iglesias, es que guardar los Diez Mandamientos y las
Leyes de Dios ya no es necesario. La Biblia manifiesta que “los falsos
pastores” se levantarán para tratar de ocultar la verdad (Hchs 20:29, 30 y 2 P.
2:1).
Moisés
regresa del Sinaí
Cuando
finalmente Moisés y Aarón se levantaron de donde habían estado arrodillados, la
luz fuerte encima de ellos había perdido intensidad y la nube orientadora
todavía obscurecía el pico de la montaña. Los setenta ancianos se alejaron para
decirle al pueblo que Moisés subiría la montaña para oír más del ángel de Dios.
Esto alivio a la muchedumbre, que se había vuelto cada vez más temerosa de la
cercanía del Señor y su voz.
Cuando
él estaba bien arriba del Monte Sinaí y obscurecido por la nube, Moisés fue
informado de muchas cosas que debía decirle a los ancianos para decírselo al
pueblo.
Luego
Moisés recibió reglas que cubrían muchas circunstancias y situaciones. Incluían
cómo tratar con los asesinos, ladrones, hechiceros y los indisciplinados, cómo
establecer diversos cargos y reclamos, cómo observar las Fiestas anuales de
Dios y aun cómo tratar a las bestias del campo (Éxodo capítulos 21, 22 y 23).
Fue precisado que la rebelión era un pecado serio, pero que una obediencia
anuente resultaría en milagros útiles.
Moisés
regresó al valle para decir a los ancianos lo qué se le había sido informado.
Los ancianos le pasaron la información al pueblo, quien fácilmente acordó
acatarla. Moisés registró las reglas y condiciones de este acuerdo entre los
Israelitas y su Creador.
La realización
del Pacto en el Sinaí
La
mañana siguiente Moisés dirigió la construcción de un altar en una cuesta del
Monte Sinaí. Alrededor de el fueron colocadas doce piedras grandes para
representar a las doce tribus de Israel. Los hombres prepararon animales para
ofrendas de paz colocadas en la madera en el altar. Moisés tomó la mitad de la
sangre de los animales y la roció sobre el combustible de madera. Luego tomó el
Libro del Pacto y lo leyó al pueblo.
Respondieron,
“haremos todo lo que el Señor ha dicho; Obedeceremos.”
“He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho
con vosotros,” Moisés proclamo mientras rociaba la otra mitad de la sangre
sobre los ancianos que representaban al pueblo (Ex. 24:4-8).
La división de
la sangre señala el aspecto doble del pacto. Aprenderemos más acerca de esto en
papel CB41. La sangre en el altar simboliza el perdón de Dios y Su aceptación
de la ofrenda.
Moisés, Aarón,
Nadab, Abihu, y los setenta ancianos de Israel más tarde fueron al Monte Sinaí
y vieron al ángel de Dios. Bajo sus pies era algo como un pavimento hecho de
zafiro claro como el cielo mismo (vv. 9-10). Los hombres cayeron sobre sus
rostros cuando comprendieron que veían el ángel de Yahovah que más tarde
apareció como Jesucristo (1 Jn. 4:12; 1 Co. 10:4).
Al principio
los hombres tuvieron miedo, pero gradualmente pudieron descansar y aun comer y
beber (v. 11). Poder hablar directamente con el ángel de Dios fue un privilegio
particular que pocos hombres han experimentado. La mayoría de la gente falla en
comprender que también es un privilegio muy especial hablar con Dios el Padre
simplemente por orar en una actitud correcta.
La voz retumbó
en la nube, diciéndole a Moisés que subiera para recibir tablas de piedra en
las que fueron escritos los Diez Mandamientos para llevarlos al campamento.
Comprendiendo que él podría tardar bastante tiempo, Moisés les dijo a los
hombres que esperaran hasta un cierto tiempo y luego regresaran abajo si él no
había regresado. Él escogió a Josué para continuar hacia arriba con él.
Cuando Moisés subió
la montaña la nube la cubrió, y la gloria del Señor se poso en el Monte Sinaí.
Por seis días la nube cubrió la montaña y en el séptimo día el Señor llamo a
Moisés desde adentro de la nube. Para los Israelitas la gloria del Señor se
miraba como un fuego consumidor encima de la montaña. Luego Moisés entró en la
nube mientras subía la montaña. Él se quedó en la montaña por cuarenta días y
cuarenta noches (Ex. 24:15-18).
Para aprender más acerca de Moisés y los Israelitas
en el Mt. Sinaí, vea el papel Rebelión contra las Leyes de
Dios (No. CB41).
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