Iglesias Cristianas de Dios
[CB50]
Numerando una Nueva
Generación
(Edición 2.0 09072005-25112006)
Por
ahora la primera generación de varones de veinte años o más, casi todos habían
muerto. Era tiempo que la nueva generación fuera numerada y preparada para las
batallas venideras que les esperaban a los Israelitas. Este papel ha sido
adaptado de los capitulos 48 y 49 de The Bible Story Volumen II
por Basil Wolverton, publicado por Ambassador College Press y cubre desde
Números capitulo 26 hasta Deuteronomio capitulo 30 en la Biblia.
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Numerando
una Nueva Generación
Después de la
plaga el Señor dijo a Moisés y a Eleazar hijo de Aarón, el sacerdote, “Hagan un
censo de toda la congregación israelita por familias – todos los de veinte años
o más que puedan servir en el ejército de Israel” (Núm. 26:1-4).
Habían pasado
treinta y ocho años desde que el pueblo fue contado. Durante ese tiempo habían
ocurrido cambios en las tribus. Ahora que Israel estaba obviamente a punto de
tomar Canaán, era menester saber el número de personas en cada tribu de modo
que los líderes supieran el tamaño del ejército y así la tierra podía ser
dividida de una manera que sería justa para todos (Núm. 26:52-54).
Como
antes, los hombres de la tribu de Levi fueron contados separadamente y de otra
manera porque no estaban en el ejército y no tenían herencia, como los hombres
de las otras tribus (Núm. 1:47-49; 2:33).
Al
momento de este segundo censo, no quedaba ni uno para entrar en la tierra
prometida de los que habían sido numerados en el primer censo, excepto Caleb y
Josué, quienes permanecieron leales a Dios (Núm. 14:29-30; Deut. 1:34-35). Sin
embargo, Moisés, Eleazar e Itamar (hijos de Aarón) y algunos otros levitas que
estaban vivos al momento del primer censo permanecieron vivos porque los
levitas que eran fieles no fueron condenados a muerte en el desierto con los
más de 600,000 soldados que se quejaron cuando Dios le dijo que entraran y
tomaran la tierra prometida. Los levitas que habían permanecido fieles a Dios
cuando todos los demás israelitas adoraron al becerro de oro también fueron
salvados.
Bajo
Moisés, los levitas que no fueron fieles fueron asesinados por sus hermanos.
Esto fue con la excepción de Aarón que había de hecho fabricado el becerro por
petición del pueblo (ref. también Éx. 32:25-29). Él fue salvado pero no entró
en la tierra prometida. Por su fidelidad, los levitas recibieron bendiciones
especiales (Deut. 33:8-11).
Sin embargo,
Dios había permanecido leal a la otra mitad de su promesa y había dejado vivos
a los que tenían menos de veinte años de edad cuando Israel murmuro contra él (Núm.
14:31; 26:11). La tierra prometida estaba ahora a la vista ya que Dios había
terminado de limpiar a la vieja generación de rebeldes condenados, dejando una
nueva generación de hombres que tenían menos de sesenta años.
Cuando las
figuras del segundo censo habían sido totalizadas, mostraron que algunas de las
tribus habían aumentado y algunas habían disminuido. Sin incluir a los levitas,
quienes habían aumentado por solo mil, había 1,820 hombres menos (sobre veinte
años) de los que el primer censo había mostrado. Si Israel hubiera sido
obediente en el pasado, el censo habría demostrado un incremento de miles y
miles en todas las tribus. Además, habrían estado morando en forma segura y
plena en Canaán por ahora (vea Núm. 26:5-65).
Inmediatamente
después de que el censo fue tomado, cinco hermanas trajeron un problema a
Moisés y Eleazar. Explicaron que como su padre había muerto y como no tenían
hermanos, la herencia de su padre y su nombre se perderían si no se les permitía
heredar en lugar de hijos (Núm. 27:1-5). Esto fue debido al hecho que la
propiedad que era pasada a las siguientes generaciones podía ser reclamada sólo
por los registrados en el censo. El cual no incluía a las mujeres.
Moisés y
Eleazar comprendieron que podría haber muchos casos similares entre los
millones de israelitas. Consideraron que el asunto era lo suficientemente
importante para consultar a Dios, especialmente en este momento cuando Canaán
estaba obviamente a punto de ser repartida equitativamente como herencia entre
las tribus de Israel.
Cuando Moisés
llevo la causa delante de Dios, le fue dicho que las cinco hijas hicieron bien
en expresarlo, y que sus leyes concernientes a esta situación debía darse a
conocer al pueblo. “Regístralo,” el Señor le informó a Moisés, “Que si un
hombre muriera sin tener hijos, su propiedad pasará a sus hijas. Si no tiene
hijas, lo que posea pasara a sus hermanos. Si no tiene hermanos, su hacienda
pasara a los hermanos de su padre. Si su padre no tiene hermanos, su propiedad
pasara a sus parientes más cercanos” (v. 6-11).
Poco
después que esta nueva ley fue establecida, el señor dijo a Moses que subiera a la cumbre del monte de Abarim de modo que
pudiera ver la tierra que los Israelitas iban a poseer.
“Después
que hayas visto Canaán de lejos, tu vida terminará en ese monte,” el Señor
dijo. “No entraras en la tierra prometida por tu actitud desobediente al sacar
agua de la roca en Cades” (v. 12-14). Este decreto no asombro a Moisés, ya que
Dios había rechazado su petición de entrar en Canaán poco después de conquistar
Galaad y Basan (Deut. 3:4,10, 23-27).
Moisés esperaba
esto, y sabía que pronto moriría. Lo que tenia mayor importancia era cómo sería
reemplazado Moisés. Cuando Moisés finalmente habló, eso era lo primero en su
mente.
Moisés dijo,
“Antes de llegar al fin de mis días, quisiera saber a quien has colocado en mi
lugar para que tu pueblo no sea como ovejas sin un pastor” (Núm. 27:15-17).
Por esta
petición Moisés no quería decir que consideraba que Dios no podía seguir
adelante sin él o alguien en su lugar. Pero Moisés entendía que Dios había
trabajado siempre en gran medida a través de seres humanos. Sólo fue natural
que el quería saber a través de quién Dios después conduciría a Israel, y tener
a ese hombre establecido en su oficio.
“Josué
será tu sucesor,” el Señor dijo a Moisés. “Convoca a la congregación a
presenciar el traspaso de algo de tu honor a Josué, delante de Eleazar el
sacerdote. Desde el momento que Josué tome tu lugar, él debe consultar a
Eleazar, quien obtendrá decisiones para él consultando el Urim delante del
Señor. He hablado directamente contigo, pero ésta es la forma en la cual Josué
recibirá instrucciones en relación a la manera de guiar a Israel” (v. 18-21).
Más
tarde, delante de Eleazar y una multitud enorme de israelitas, Moisés puso sus
manos en la cabeza de Josué y lo comisionó como el Señor había instruido (Núm.
27:22-23; Vea también Deut. 3:21-22, 28; 31:14-15, 23).
Aunque
el oficio de Moisés en cierto modo había sido transferido a Josué, la autoridad
completa no iría a Josué mientras Moisés viviera. Moisés estuvo ocupado durante
algún tiempo después recibiendo instrucciones del Señor en relación con las
ofrendas, días santos y leyes civiles. Todas estas cosas fueron grabadas y
pasadas al pueblo para que pudieran ser conservadas por nosotros hoy (Núm. 28,
29 y 30). Fue durante estos tiempos de prueba que los primeros cuatro libros de
la Biblia fueron completados por Moisés.
Treinta y nueve
años habían pasado desde que más de dos millones de israelitas había huido de
Egipto para escapar de sus opresores (Num.1:1; 13:1-3,26; Deut. 2:14). Porque
ellos usualmente escogieron el camino del pecado, miles y miles habían muerto
de guerra y enfermedad. Sólo unos cuantos de los muchos hombres adultos que
habían empezado desde Egipto todavía estaban vivos después de vagar por tantos
años a través de los desiertos y las montañas (Núm. 26:63-65).
Pero la muerte
y el sufrimiento no habían prevalecido todo el tiempo. Cada vez que las
personas elegían arrepentirse de sus caminos equivocados y tenían el buen
sentido de vivir como Dios les había instruido, disfrutaron de buena salud, un
buen estado de animo y la protección de Dios (Deut. 12:29-32; 30:15-20). Y a
través de todos los años Dios les dio el nutritivo maná y milagrosamente
impidió que sus ropas y zapatos se gastara (Deut. 8:4).
Luego el Señor
dijo a Moisés, “Ha llegado el momento de que mi pueblo tome venganza de los
madianitas. Después serás recogido a tu pueblo”. Ésta fue la manera de Dios de
decirle a Moisés que pronto moriría.
Moisés habló a
sus oficiales, dándoles instrucciones de escoger a unos mil guerreros de cada
tribu. Este total de doce mil hombres entrenados y armados era sólo una pequeña
parte del ejército total de Israel. Moisés los envió a la batalla con Finees
hijo de Eleazar, el sacerdote, que tomó con él artículos del santuario y las
trompetas para hacer señales (Núm. 31:3-6).
Los Israelitas
habrían temido de ir contra el ejército madianita con una fuerza tan pequeña si
Dios no les hubiera prometido a esta nueva generación que vivirían para cruzar
el Jordán hacia la tierra prometida. Ellos por fin habían aprendido a confiar
en Dios y sabían que a través de su poder esta tarea sería posible.
Pelearon contra
Madian, como el Señor le ordenó Moisés, y mataron a todos los hombres. Entre
sus víctimas estaban los cinco reyes de Madian. También mataron a Balaam hijo
de Beor, con espada. Los israelitas capturaron a las mujeres y niños madianitas
y tomaron todos los rebaños, ganado y bienes como botín. Quemaron todos los
pueblos donde los madianitas se habían establecido así como también todos sus
campamentos. Tomaron todo el botín y los despojos, incluyendo las personas y
animales, y los llevaron de regreso a Moisés y Eleazar el sacerdote, y a la congregación
israelita en su campamento en las llanuras de Moab, por el Jordán frente a
Jericó (v. 7-12).
Moisés estaba
furioso con los oficiales del ejército que regresaron de la batalla. “¿Porque
han dejado a todas estas mujeres vivas?” les preguntó. “¿Se han olvidado de que
estas mujeres madianitas recientemente llevaron a nuestros hombres a cometer
idolatría? Fueron las que siguieron el consejo de Balaam y Dios nos aplicó una
plaga por ellas, y también dijo que no deberían vivir.” Luego les dijo que
mataran a todos los niños y las mujeres casadas, pero que dejaran con vida a
todas las chicas solteras que no habían tenido relaciones con hombres (v.
13-18).
Algunos que
leen este relato no creerán que Dios alguna vez consintiese tal matanza, a
pesar de que las inspiradas sagradas escrituras nos lo dicen. Sin embargo, el
matar violentamente a las mujeres y niños madianitas fue una orden deliberada
de Dios. Así los israelitas que tenían la tarea de ejecutar a estos idólatras
actuaban bajo órdenes de Dios, que tenía muy buenas razones para usar a los
israelitas para destruir a una tribu idólatra. Estas personas que eran hijos de
Abraham y Cetura a través de Madian fueron castigados por su idolatría y su
pecado como Israel había sido castigado en el desierto Cuándo sean resucitados
en el juicio, junto con otras naciones y tribus pecaminosas de siglos pasados,
vivirán bajo el gobierno de Dios, y no el de ellos. Y se les enseñara cómo
vivir en rectitud y felicidad (Mt. 12:41-42; 11:20-24; Is. 65:19-25). Ellos y
su sistema fueron destruidos para que no fueran una piedra de tropiezo para
Israel y los otros descendientes de Abraham.
Es comprensible
que algunas personas puedan considerar a Dios brutal por lo que ordenó hacerles
a los madianitas. Al mismo tiempo las personas quieren creer la mentira pagana
que Dios permite que billones de almas sean echadas en el tormento eterno en
algún lugar de fuego (infierno), solamente porque nunca han escuchado acerca de
Dios.
Contrario a
esta enseñanza no bíblica, Dios justamente le da a cada ser humano, en un
momento u otro, la oportunidad de aprender el bien y el mal y elegir servirle y
obedecerle. Para la mayoría de las personas, esa oportunidad no viene en esta
vida. Vendrá cuando todos los madianitas y otros que han muerto sin una
oportunidad para la salvación sean resucitados después del Milenio. En ese
momento las personas cohabitarán en paz y prosperidad mientras son
privilegiadas para aprender el camino que lleva a la salvación (Ez. 37:1-14;
Is. 65:19-25).
Canaán tenía
que ser limpiado del mal y la idolatría y así será cuando Cristo regrese para
limpiar las naciones de este mundo y restaurar las leyes de Dios.
Estando
bien fuera de los campamentos de los israelitas, era un lugar apropiado para
que Moisés aconsejara a los soldados que tuvieron alguna parte en matar a los
madianitas o tocaron sus cuerpos.
“Todos
ustedes que han tocado un cadáver deben mantenerse fuera del campamento por
siete días. En el tercer y séptimo día ustedes y sus cautivos deben bañarse, y deben
lavar sus ropas y cualquier cosa que posean que esta hecha de pieles, pelo de
cabra o madera que haya tocado un cadáver” (Núm. 31:19-20).
Eleazar,
el sacerdote, añadió a estas direcciones diciéndole a los soldados que mientras
esperaban fuera esos siete días, deberían purificar todo el equipo de batalla y
botín hecho de oro, plata, bronce, hierro, estaño o plomo. Esto significaba que
los objetos hechos de estos metales debían pasar a través de un fuego para
eliminar parásitos y gérmenes, y en algunos casos debían incluso ser
derretidos. También eran lavados en agua purificada preparada especialmente.
Nada podía ser retornado a los campamentos de los israelitas a menos que fuese
purificado (v. 21-24). Si todas las personas hoy obedecieran tales reglas estrictas
de saneamiento y cuarentena, las enfermedades contagiosas no se propagarían tan
fácilmente como lo hacen.
Hubo
gran celebración en los campamentos israelitas cuando por fin los soldados
victoriosos estaban preparados para regresar a sus casas y familias. Pero ahora
estaba el problema de cómo distribuir equitativamente la propiedad capturada.
Felizmente, no permaneció el problema, porque el Señor le habló a Moisés de
este asunto. Las personas no usaron su propio razonamiento humano.
“Divide
lo que ha sido tomado en dos partes iguales,” el Señor le dijo a Moisés. “Una
parte irá a los soldados que lo trajeron de regreso. La otra mitad será
distribuida entre las personas. De la primera parte, para los soldados, una
parte en quinientos será para Eleazar el Sumo Sacerdote para ofrendas y para
suplir las necesidades de toda la casa. De la segunda mitad, para las personas,
una parte en cincuenta será para los levitas.”
Josué
y sus oficiales hicieron un conteo inmediato de los cautivos y el ganado que
había venido de la campaña contra Madian. Resultó que los soldados habían
traído 32,000 mujeres madianitas, 675,000 ovejas y cabras, 72,000 bueyes y
61,000 asnos.
De las mujeres
madianitas, 32 (una por cada 500 de la mitad (del botín) de los soldados)
fueron a Eleazar y sus asistentes. Fueron usadas como criadas y ayudantes para las esposas de
Eleazar y de los sacerdotes. Al mismo tiempo, 320 madianitas (uno por cada 50
de la mitad (del botín) de la congregación) fueron para los levitas para
criadas para sus familias. Éstas fueron llamadas Nethinim (de Nathan significando
dar, dedicar). Permanecieron una clase discreta de sirvientes del Templo
por siglos. Así representaron la salvación siendo de los gentiles incluso antes
de la entrada a Canaán y la construcción del Templo (ref. también 1Cro. 9:2).
Por lo que
respecta a las ovejas y cabras, 675 de ellas fueron para los sacerdotes, y
6,750 fueron para los levitas. Referente a los bueyes, 72 fueron para los
sacerdotes, y 720 fueron para los levitas. De los asnos, 61 de fueron para los sacerdotes, y 610 fueron para
los levitas para el servicio como bestias de carga (Núm. 31:25-47).
Tan pronto como
este asunto fue resuelto, los oficiales encargados de los soldados en la
campaña contra Madian vinieron a Moisés para recordarle que una revisión
cuidadosa de sus hombres había probado lo que parecía evidente inmediatamente
después de la batalla - que ninguno de ellos se había perdido. Dios había
probado que podía proteger a cada individuo de los que él había prometido
llevar sobre el rio Jordán hacia la tierra prometida (v. 48-49).
“Tomamos mucho
botín que no fue incluido en el conteo de prisioneros y ganado,” un portavoz
explicaba. “Entre las cosas había joyería de toda clase fabricadas de piedras
preciosas, oro y plata. Para mostrar nuestro agradecimiento a Dios por tener
piedad de nosotros, ahora traemos una parte de estos artículos de valor.”
Moisés y
Eleazar agradecidamente aceptaron la ofrenda –el oro solamente cuyo valor es de
centenares de miles de nuestros dólares o libras– y la tomaron para el
Tabernáculo como una memoria delante de Dios (v. 50-54).
Habiendo
conquistado las naciones bordeando Canaán en el lado este del rio Jordán y el
Mar de la Sal (Muerto), los Israelitas estaban bien conscientes de la condición
de todas las partes de ese territorio. Mucho de la tierra al este era árido,
pero había regiones como Jazer y Galaad donde la hierba crecía gruesa y verde,
y dónde había muchos árboles de sombra, especialmente robles.
Las
tribus de Rubén y Gad, habiéndose especializado por mucho tiempo en criar
ovejas y ganado, estaban grandemente impresionadas por estas tierras buenas
para el pastoreo. Consideraron que no podía haber pastos más verdes y amplios
al lado oeste del Jordán. Por lo tanto, sus jefes vinieron a Moisés y Eleazar
para saber si podían quedarse al este del Jordán para criar sus manadas y
rebaños (Núm. 32:1-5).
Moisés estaba
molesto por esta petición. Él creía que estas dos tribus podían estar usando
esto como una excusa para no ir con las otras tribus a desterrar a sus enemigos
de la tierra al oeste del Jordán. Y se preguntó si esto no mostraba una falta
de gratitud hacia Dios por la tierra que les prometió al lado oeste del rio Jordán.
“Su petición de
quedarse aquí me recuerda lo que sus padres dijeron cuarenta años atrás,”
Moisés contestó, “Cuando se rehusaron a cruzar hacia Canaán porque temieron que
los habitantes pudieran matarlos violentamente. Entonces Dios los envió al
desierto a vagar y a morir. Esta petición es un mal ejemplo para las otras
tribus y las pueden hacer sentir miedo de cruzar el Jordán. Si las otras tribus
escogen no cruzar el río, Dios otra vez podría enojarse tanto que podría
destruirnos a todos” (v. 6-15).
Los líderes de Rubén
y Gad reconocieron la sabiduría de las declaraciones de Moisés, pero como se
trataba de buenos pastizales, tuvieron más que decir antes de darse por
vencidos. Después de una reunión apresurada entre ellos, otra vez se acercaron
a Moisés y a Eleazar.
“No estamos
siendo rebeldes,” explicaron, “y no queríamos desalentar a nuestros hermanos o
traer desunión en Israel. Rápidamente podemos tomar las ciudades vacantes de
las cuales recientemente desterramos a los amorreos, luego construiremos
fortalezas para nuestras mujeres y niños, y construir corrales para nuestro
ganado. Sabiendo que nuestra gente y ganado están seguros, nuestros soldados
entonces podrían regresar aquí y cruzar el Jordán al frente de las otras tribus
para liderar el ataque y ayudar a vencer a nuestros enemigos. No regresaremos a
nuestras casas hasta que las otras tribus estén establecidas de forma segura al
otro lado del Jordán. No pediremos tierra al otro lado, sino que estaremos
satisfechos con los pastizales aquí” (v. 16-19).
Esta
explicación coloco una luz diferente en la manera de pensar de Moisés. Después
de todo, si estas tribus escogieron esta tierra que Dios le había dado a
Israel, Moisés no podía pensar en ninguna buena razón para no dárselas con tal
de que todo ejército israelita fuera hacia el oeste a tomar Canaán.
“Si hacen como
han dicho,” Moisés les dijo, “entonces estas regiones que ustedes desean se
convertirán en sus herencias. Pero sepan que si no van con el resto del pueblo
y pelean hasta que los habitantes de Canaán sean totalmente desterrados,
entonces tendrán que pagar por un pecado tan grande” (Núm. 32:20-24; Deut.
3:18-20).
“No te
defraudaremos,” los jefes le prometieron a Moisés.
Porque sabía
que no viviría para cruzar el Jordán, Moisés instruyo a Eleazar, a Josué y a
los jefes de las otras tribus que se aseguraran que cuando el tiempo llegara,
debían ocuparse de que estas tribus que habían tomado territorio al este
cumplieran sus promesas. De otra manera, tenían que abandonar la tierra que
deseaban, y tendrían que obtener su herencia al oeste del Jordán (Núm.
32:25-30.)
Así, Rubén y
Gad fueron las primeras familias de Israel en recibir su posesión de Dios,
aunque la mitad de la tribu de Manases también prontamente recibió permiso de
establecerse al norte del área tomada por Gad.
Lo dos tribus y
media estaban tan ansiosas de llegar a sus tierras que se pusieron en camino
tan pronto como fue posible. La gente de Rubén fue hacia el este y al sur. La
gente de Gad y Manases fueron hacia el norte (Núm. 32:31-33; Deut. 3:1-17).
Trabajaron duro
para reconstruir rápidamente los edificios destruidos de las ciudades
devastadas y las convirtieron en fortalezas amuralladas. Y como habían
prometido, establecieron refugios y corrales para su vasto numero de posesiones
(Núm. 32:34-42). Con sus familias y ganado seguros en las fortalezas, las dos
tribus y media no necesitarían dejar a muchos hombres para cuidar de ellas.
Mientras tanto, en las llanuras de Moab, Dios estaba en el proceso de dar
más instrucciones a Israel por medio de Moisés, cuya vida pronto seria tomada
(Núm. 33:50-56).
Los israelitas
continuaron acampando en las llanuras al este del rio Jordán por muchos días.
El agua era abundante y había abundancia de pasto para los animales. Vivir era
también algo más agradable para el pueblo por los árboles de sombra en esa
zona.
Mientras tanto, las personas no se quedaron sin
hacer nada. Además de sus deberes normales, estaba algo de la tarea de
adaptarse a los miles de cautivos madianitas, encargarse del ganado añadido,
purificar el botín de guerra y cambiar mucho de él y afilar y reparar las
herramientas gastadas o quebradas y las armas de guerra.
Requería tiempo hacer
todo esto, pero el propósito principal de Dios permitiendo que el pueblo
permaneciera mucho tiempo en ese lugar era para darles muchas instrucciones, a través
de Moisés, para su guía y beneficio. Se les dio a conocer que cuándo
atravesaran el Jordán hacia Canaán en el oeste, su deber era ejecutar a los
habitantes y destruir todos sus ídolos, altares paganos, torres y troncos donde
quemaban algunos de sus niños en el fuego y de otra manera adoraban a sus
dioses paganos (Núm. 33:50-53. Lev. 18:21, 24-29; Deut. 7:1-5; 9:4; 12:29-32;
18:9-14).
La tierra
prometida debía ser dividida equitativamente entre las nueve tribus y media,
según sus números. Sin embargo, si los israelitas no derrotaban a los
habitantes de Canaán, Dios les advirtió que Israel sufriría.
“Si tienen piedad de algunos cananeos,” el Señor
dijo, “les darán muchos problemas mientras permanezcan. Además, trataré con
ustedes como pensaba tratar con ellos. Es decir que ustedes podría perder sus
vidas así como también la tierra” (Núm. 33:54-56).
El Señor luego definió
los limites de la tierra prometida y nombro un comité para supervisar la
distribución de la tierra (Núm. 34). Moisés recibió instrucciones de decirle al
pueblo que deberían darles 48 ciudades a los levitas, quienes no recibirían
tierra por herencia. Éstas no eran necesariamente ciudades grandes, pero cada
una debía estar rodeada por un área de cerca de una milla de ancho, alcanzando
1000 codos (cerca de 1500 pies) desde el muro en todas las direcciones. En
estos suburbios los levitas podrían plantar jardines, huertos y viñas y tener
espacio para conservar sus manadas y rebaños (Núm. 35:1-5).
Seis de estas
ciudades - tres a cada lado del Jordán - pronto fueron señaladas como “ciudades
de refugio.” Además de ser centros de habitación levita, estas seis ciudades
eran para la protección de alguien que accidentalmente mataba a una persona.
Esto era necesario porque los parientes enojados o amigos cercanos del hombre
muerto podrían tratar de matar al hombre que causó su muerte. Por ejemplo, si
dos hombres construían un cobertizo, y uno inesperadamente movía una viga
pesada de modo que caía y mataba al otro hombre, el hombre que movió la viga debía
escapar de inmediato a la más cercana de las seis ciudades, dónde estaría
protegido de alguien que podría buscar su vida a causa de la venganza.
Por otra parte, si el hombre maliciosamente movía
la viga con el fin de matar a su compañero de trabajo, era todavía merecedor de
la protección temporal de cualquiera de las seis ciudades de modo que podría
asegurarse un juicio imparcial.
Cual
haya sido el caso, el hombre sería probado por las autoridades. Si era
encontrado culpable, era asesinado o se dejaba en las manos de los que querían
vengar al muerto. Si era encontrado inocente, todavía debía permanecer en la
ciudad para su protección, hasta la muerte del Sumo Sacerdote. Mientras tanto,
si salía de su ciudad protectora, y era encontrado por cualquier vengador, ese
era el fin de su protección. No había prisiones en Israel.
Moisés ahora
asignó tres ciudades para los propósitos del refugio al este del rio Jordán. Estas
fueron Beser en la tierra de la llanura de los rubenitas. También la ciudad de
Ramot para los gaditas y Golán para los de Manases. Las otras tres ciudades de
refugio debían ser establecidas al otro lado más tarde por Josué (Núm. 35:6-34;
Deut. 4:41-43; Deut. 19:1-13; Jos. 20).
En este momento
Moisés recibió muchas instrucciones y reglas y recordatorios del Señor. Él
fielmente las dio al pueblo como vinieron a él. Para pudieran entender mejor
los asuntos, Moisés les dio una relación detallada de lo qué había ocurrido
desde que dejaron el Mt. Sinaí cuatro décadas antes. El Libro de Deuteronomio
es un registro de ese procedimiento.
Durante la
larga cuenta, Moisés revelo al pueblo que Dios no le permitiría ir hacia Canaán
con ellos por su conducta equivocada cuando había golpeado la roca para obtener
agua.
“Más tarde,”
Moisés les dijo, “Le pedí a Dios que me perdonara y me dejara ir hacia Canaán.
Él se rehusó, pero me dijo que podría ver mucho de la tierra desde una montaña
alta, y que allí moriría” (Deut. 3:23-28).
Moisés procedió
a advertirle al pueblo que Dios nunca toleraría ninguna infracción a la ley sin
castigarla. Él les recordó también que Dios era más compasivo de lo que podrían
suponer, y que nunca los abandonaría o los destruiría, siempre y cuando ellos
mantuvieran el acuerdo de observar Sus Leyes (Deut. 4:30-31).
Entre los
asuntos mencionados a través de Moisés para el beneficio de Israel estaba el
recordatorio estricto de observar los sábados anuales. Estos días santos
comenzaron en Egipto con la Pascua. Posteriormente fueron explicados más
completamente al pueblo en el Mt. Sinaí. La conservación de estos días santos debía
ser una señal perpetua entre Dios e Israel, al igual que la observancia del
sábado semanal debía ser un acuerdo eterno (Deut. 12:1-14; 16:1-17; Éx. 31:17).
Fue hecho claro
también que además del primer diezmo (la décima parte del incremento de uno que
es para pagar los gasto del trabajo de Dios) los israelitas debían ahorrar un
segundo diezmo (décima parte) para ser usado en guardar las Fiestas de Dios,
que son celebradas fuera de nuestras puertas o fuera de donde normalmente
vivimos. (Deut 12:17-19; 14:22-27).
Hoy, como
entonces, las personas de la Iglesia de Dios usan esta segunda décima parte de
su ingreso para guardar los festivales - en el lugar que la Iglesia indica.
Jerusalén llegó a ser el lugar principal en el antiguo Israel, después de que
el rey David la conquistó en 1005 a.C., y lo será tan otra vez cuando Cristo
regrese no muchos años desde ahora (Zac. 14:16-19).
El ahorro fiel
del segundo diezmo hace posible para el pueblo de Dios disfrutar las Fiestas y
regresar a sus casas y a su trabajo mejor preparados para vivir más felices y
más cerca de su Dios.
Dios también
ordenó que la segunda décima parte debiera ser ahorrada para un uso muy
especial en el tercer año del ciclo sabático. Esta segunda décima parte debía
ser sacada sólo en el tercer año en un ciclo de siete años. Era dado a la administración
del Templo para ir a los pobres entre los levitas, las viudas, los niños
huérfanos y extranjeros pobres, para que también pudieran guardar las Leyes y
Fiestas de Dios (Deut. 14:28-29; 26:12).
En estos días
el cristiano obediente pone a un lado sus diezmos en adición a lo que es
requerido en impuestos y demás. Dios lo hace posible. Muchas son las familias
que han disfrutado mejores ingresos y otros beneficios financieros desde que
comenzaron a diezmar.
Muchos
otros asuntos fueron dados al pueblo en aquel entonces, entre los cuáles estaban
éstos:
·
Un siervo debía ser liberado después de siete años de servicio (Deut.
15:12-15).
Moisés repitió
estas palabras solemnes de Dios:
“Tu, Israel,
debes escoger entre las bendiciones y las maldiciones de tu Creador. La
obediencia a mis Leyes traerá bendiciones maravillosas de prosperidad, libertad
de enfermedades, éxito en todo lo que emprendan, abundancia de ganado e hijos
saludables, abundancia de lluvia y agua, buenas cosechas sin mancha o peste,
casas confortables y protección de accidentes y de tus enemigos. Te haré cabeza
de todas las naciones, y te temerán y te respetarán. Tendrán una vida larga,
feliz, y así también será tu descendencia feliz, saludable y próspera en el
futuro.
Por
otra parte, si se rehúsan a vivir de acuerdo con las Leyes que he dejado en
claro, traeré grandes maldiciones sobre ustedes. No prosperaran. Toda clase de
enfermedades vendrán sobre ustedes, y fracasarán en todo lo que emprendan. Tus
hijos se enfermaran, pero el hambre los llevará a comérselos. Tu ganado
enfermará y morirá de enfermedad o por falta de agua y hierba. El terreno se
volverá agreste, y tus cultivos serán consumidos por daños y pestilencia. Serás
enfermo, temeroso y miserable donde vayas. Te volverás tan depravado como los
animales y lunático, y los accidentes mortales te alcanzarán dondequiera que
estés. Tus casas se convertirán en casuchas sucias, miserables. Serás la menor
y más débil de todas las naciones, y enemigos crueles te matarán violentamente.
Aquéllos de vosotros que no sean asesinados serán tomados presos y se
esparcirán entre las naciones como esclavos miserables” (Deut. 28 y 30:15-20).
Ver también
el papel Las Bendiciones y Las
Maldiciones de Deuteronomio 28 (No. CB68).
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